No fue una casualidad acabar haciendo una excursión en un "barco pirata", sino que ya tenía la idea desde el comienzo del viaje.No lo reservamos desde Santiago, ya que conviene tener un día bueno con el cielo despejado para poder disfrutar de las vistas.
Desde las Américas nos trasladamos hasta el Puerto de Santiago y desde allí a los acantilados de los gigantes, descrito como accidente geológico volcánico en la costa oeste de la isla de Tenerife, con paredes verticales que varían desde los 300 a los 600 metros de altura. En el tiempo de los guanches se conocían como la "Muralla del Infierno". La mejor forma de verlos y contemplar toda su belleza y esplendor es desde el mar.
Hay varias empresas que gestionan excursiones para ver los acantilados. Nosotros escogimos el "Flipper Uno", después de ver el barco por internet. Es una barco de madera "morera" africana y brasileña, hecho a mano en tenerife y botado en el año 1996. Flipper Uno
Hacen varios viajes al día, un total de tres, los dos primeros de tres horas de duración y el de la tarde que es el que cogimos de dos, para poder volver al puerto con luz. Como llegamos al puerto por la mañana, aprovechamos a darnos un baño en una pequeña playa que hay al lado, la playa de la guía. Es de arena fina y tiene una franja de piedras justo en la entrada del agua, fruto de los temporales de este año, como nos comentaron los socorristas.
Una vez montados en el barco, comienza la diversión. Comienza con la salida del puerto y el izado de las velas, que lo hacen los niños con unos gorros piratas que reparte la tripulación. No os extrañará a los que me conocéis, que también pedí ser pirata durante unos segundos.
Inicialmente el barco se aleja de la costa para ir a ver cetáceos, que en realidad son delfines que acompañan al barco y nos deleitaron con algunos saltos en el agua.Durante todo el trayecto, la tripulación está pendiente de todo, las bebidas son gratis (refrescos, cervezas, agua...) y dan un plato de paella con carne.
También al más estilo "pirata" dan a probar de una bota una mezcla de licores y ron, que estaba buenísimo y del que, por desgracia, no te daban a repetir. Para eso, el truco fue beber primero y después pedir más para poder sacar las fotografías.
Una vez vistos los delfines el barco, da media vuelta y se dirige hacia los acantilados de los gigantes, donde se pueden ir observando las pequeñas calas de arena donde sólo se puede acceder por el mar o por desfiladeros muy profundos.
El más conocido de todos es el desfiladero de Masca, que parte de esta población y durante algo más de 6 kilómetros desciende hasta el mar. Nosotros no lo hicimos por falta de tiempo, pero si queréis más información mirar el siguiente enlace muy interesante. barranco de masca
Cerca de la playa, el barco hace otra parada para la diversión pura y dura. Sacan una especie de pértiga del barco que tiene un trapecio, desde donde te impulsan como si fuera una tirolina para caer en el agua. Es divertidísimo.
A la vuelta de la excursión, llaman desde el barco a las gaviotas que se acercan al mismo para comer de la mano y la boca de uno de la tripulación. Parecen amaestradas, aunque no lo están. Un mérito más.
El regreso al puerto se hace cerca de los acantilados para observar todo su esplendor. Algunos que lo miraron de cerca hace años se quedaron en el sitio para siempre.
En la parte alta de los acantilados, destacan dos formaciones geológicas, un arco y un monolito de piedra, como se puede ver en la fotografía de abajo. Según la tradición guanche, encajan a la perfección uno dentro del otro, sin que sobre nada de espacio.
Por supuesto, disfrutamos de las vistas de la isla de la Gomera y de la montaña que domina toda la isla de Tenerife, el Teide.
Fuimos piratas durante unas horas, pero de los buenos.
En el próximo episodio, nos introduciremos en el bosque de laurisilva que se conserva en la isla de Tenerife.
Os espero en el Parque Rural de Anaga.
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